jueves, 26 de julio de 2012

Antología twistera (10): Los episodios nacionales - La serie completa

BARCELONA 2004

Iniciamos esta serie de Los Episodios Nacionales (según Parar Gran Taxi Vacío) apuntando al próximo XIV Campeonato de España de Scrabble en Murcia. A través de ellos quiero compartir, en ocho capítulos, algunos consejos que han nacido a partir de mi propia experiencia personal y desde cuyo aprendizaje ésta ha podido retroalimentarse y hacerse mucho más satisfactoria a cada paso. Muchos de vosotros también habréis experimentado estos aprendizajes, pero, para lo que puedan ayudar, aquí quedan.

Octubre de 2004. Debuto en el Campeonato de España en Barcelona, tras haber debutado en competición oficial seis meses atrás en Lloret de Mar y con aquel open como único bagaje competitivo. Redeletras me ha llenado de tanta experiencia como me ha sido posible y el diccionario se ha convertido en mi mejor aliado para tratar de afrontar el Nacional con las garantías que mi espíritu competitivo me requiere, a pesar de mi corta experiencia en el circuito.

La bolsa me acompaña de forma tremenda. Tengo la suerte de enfrentarme a Manchado, Figueras, Hernández, Álvarez, Cassan, Lázaro, Hergueta, Richart... Y la tremenda fortuna de finalizar clasificado en cuarta posición. Como jugador sin Elo adquirido (en aquellos tiempos los criterios de clasificación y obtención de plaza mundialista eran distintos), un resultado así es mi única posibilidad de clasificar al Mundial como novato. Era una opción que ni siquiera entraba en mis planes al comenzar la competición, pero Panamá está ahora a sólo un billete aéreo de distancia, con ningún otro obstáculo por delante.

En este juego, la bolsa es la única que puede poner freno a nuestros sueños. Por pequeño, por inexperto, por desconocido que seas, nada en tu actitud, en tu juego, en tu convicción, debe trabar tus sueños. Sólo la bolsa puede interponerse entre tú y ellos.

Cree en tus posibilidades, no temas a nadie y lucha por todo. Disfruta el juego y dalo todo en él. Si la bolsa te lo permite, ningún sueño será imposible entonces.

BARCELONA 2005


De nuevo en Barcelona, el de 2005 era mi segundo Campeonato de España. Por aquel entonces, un jugador sólo obtenía Elo firme cuando había disputado un mínimo de 15 partidas oficiales y jugado dos campeonatos nacionales. El Elo se obtenía a partir de una fórmula basada en la puntuación media y era una de las dos vías de clasificación al Campeonato del Mundo, en el que había debutado nueve meses atrás, en Panamá, y en el que quería volver a participar en 2005, esta vez en España. La otra vía era la clasificación obtenida en el Nacional.

Probablemente la bolsa no me acompañó tanto como en mi debut, pero, más allá de este hecho, en mi mente había una consigna clara: conseguir tantos puntos como me fuera posible, dejando completamente a un lado el número de victorias o derrotas en que esta actitud pudiera desembocar. Si en mi debut en Campeonato de España había conseguido una media superior a 480 puntos, con 16 partidas oficiales como único bagaje, esta vez quería conseguir 490, 500, 510... Probablemente la bolsa no se puso tan de mi lado, como decía, pero un claro error en mi planteamiento de objetivos sin duda contribuyó a que este Nacional no me dejara un buen sabor de boca. Clasifiqué en décima  posición, un buen resultado, pero algo alejado de mis expectativas tras mi fulgurante debut un año antes. Y gran parte de culpa la tuvo este planteamiento en el que el principal objetivo y deseo era la obtención de mayores puntuaciones a cualquier precio. Bajo esa consigna, por el camino se me escaparon algunas victorias que, con un planteamiento más serio, competitivo y, en definitiva, racional, probablemente no habría perdido.

En el Scrabble no se trata de hacer muchos o pocos puntos, sino, simplemente, al menos uno más que tu oponente al finalizar el juego. Y ésta no es una cuestión que tenga que ver únicamente con lo competitivo. Enfrentarnos a otro jugador en el marco de una competición implica tratar de superarnos a nosotros mismos, tratar de doblegar a nuestro oponente desde la sana competencia y un necesario respeto. Centrarnos exclusivamente en nuestro marcador, intentando engordarlo a cualquier precio, manifiesta la no atención a este respeto y nos lleva a obviar todas aquellas facetas de este juego que tienen que ver con la estrategia, el control posicional, la psicología, el planteamiento de retos y estratagemas sobre el tablero y, por lo tanto, nos lleva a jugar a un juego distinto, incompleto y con una gama de matices, de sabores en definitiva, claramente inferior a la que este maravilloso juego es capaz de ofrecernos.

MADRID 2006


Tuve éxito demasiado pronto en el juego. En mi primer Nacional conseguí una cuarta plaza que me llevó a participar en un Mundial con sólo dos torneos disputados. En mis torneos cuarto y quinto conseguí dos victorias consecutivas que podían hacer pensar que esto del Scrabble era un juego de niños. En mi segundo Mundial conseguí una octava plaza que podía parecer una promesa: éramos jóvenes y el mundo estaba hecho para comérselo. En Chile y Argentina una palabra acuña muy bien esta sensación: exitismo. En aquellos tiempos, realmente no sabía de qué iba este juego.

Jugaba como si el juego estuviera hecho únicamente de mecánica, basado en unos principios matemáticos que, bien seguidos, escondían la clave del éxito. Yo conocía esos principios y los primeros resultados estaban llegando muy pronto. La de 2006 había de ser La Temporada. Aplicaba esa mecánica, como un autómata. Ponía en práctica la matemática, pero ésta era fría y metálica. Seguía obteniendo buenos resultados, pero, en esa frialdad y ante la presión autoimpuesta por aquel prematuro éxito inicial, el juego se transformaba en un expediente que cumplir, un resultado que obtener, torneo tras torneo. No alcanzaba al espíritu del juego, ese alma cargada de magia que esconde y que todos, en uno u otro momento, estamos condenados a descubrir. El juego se estaba convirtiendo para mí en una cosa distinta a la que buscaba cuando me acerqué a él.

Se acercaba el tercer Mundial, en Uruguay, un evento al que quería asistir y que en el fondo de mi alma quería desear jugar, como había deseado al juego, con avidez, al comenzar, hacía sólo dos años atrás, aunque pareciera que habían pasado siglos. ¿Qué mejor manera de conseguir volver a desear que optar por no tener?

Dicho y hecho. Renuncié a jugar los dos principales eventos del circuito español: Torneo Máster y Campeonato de España. Acudí a ellos e incluso los arbitré, para colaborar en tanto que había decidido no jugarlos, pero, sobre todo, para que la condena impuesta fuese mayor. Quería tener el juego y la competición junto a mí, ver a mis compañeros competir, luchar, jugar y disfrutar y no poder tenerlo. Empaparme de todo lo mejor del juego y la batalla y llenarme de ganas de tener todo aquello y no poder.

La cosa resultó. Disfruté del siguiente Mundial en Montevideo como nunca antes y, más o menos por aquella época, fue que comencé a aprender a vivir el juego de otra forma.

De la misma manera en que, dentro del juego, cuando los atriles se tornan perversos y se alejan de lo que buscamos para poder ofrecer batalla y obtener disfrute, debemos encontrar las estrategias necesarias para transformarlos, fuera de él, si el juego se convierte en una cosa distinta a lo que era cuando nos acercamos por primera vez, existen también formas de transformar esa sensación. Podemos elegir caminos más o menos dolorosos, pero de lo que se trata es de que sean efectivos.

Al juego nos acercamos para disfrutarlo.

EL PRAT 2007


En Montevideo, en 2006, obtuve una quinta posición, mi mejor clasificación mundialista hasta el momento. Mi preparación para ese mundial había sido exhaustiva, aunque en líneas generales considero que tuve un juego muchísimo más cómodo que el de mis oponentes. Visto con los ojos de las experiencia, considero que por entonces aún era un novato y que ya quisiera verme de nuevo en algún torneo con unos atriles como aquéllos. Curiosamente, fue un juego nefasto en mi última partida el que me impidió meterme en la final, pues me habría dejado empatado en la segunda posición con otros dos jugadores. Los empates se dirimían por la partida duplicada y en aquélla tuve la fortuna de lograr un mejor resultado que los dos grandes maestros que podrían haber sido mis rivales en la búsqueda de la plaza finalista: Rocco Laguzzi y Blai Figueras. En cualquier caso, de haber llegado a la final, Enric Hernández (con mucho mejor preparación, con ventaja deportiva y con la ventaja psicológica de haber defendido la mesa uno durante todo el torneo), me habría vapuleado. En ese sentido, me alegré de no haber llegado a ella: mucho mejor poder disponer de nuevos retos para años posteriores que caer fulminado en una partida después de la gloria de acceder a una final mundialista con sólo dos años de experiencia competitiva.

Era ésta la época en la que la modalidad duplicada estaba en sus primeros estadios de desarrollo, con todo lo que esto implicaba: un software aún imperfecto para la gestión del juego duplicado, o el uso de la modalidad   como criterio de desempate para la modalidad clásica.

El Campeonato de España cambiaba de fecha, adelantándose de octubre a mayo, de forma que daría más tiempo a los clasificados al mundial para decidir si confirmaban su participación en éste y poder gestionar sus viajes y estadías mundialistas. Por contra, el cambio de fecha obligaba a todo aquél que quisiera presentarse a ambos torneos con garantías a mantenerse en forma prácticamente a lo largo de toda la temporada.

Me encontraba embarcado en la organización del Campeonato de España, en colaboración con el Club Scrabble El Prat, el organizador ese año, y saturado de estudio tras mi preparación al Mundial de Montevideo, así que decidí darme un respiro en mi preparación y centrarme en aspectos organizativos. No era una renuncia al aspecto competitivo (pues de competitividad siempre he ido bien calzado), sino que confiaba en que los resultados del estudio se mantendrían cinco meses después.

Llegado el torneo, advertí que la fortuna en los robos se sentaba ahora más a menudo del lado de mi oponente, como en una broma respecto al Mundial (o todo, o nada), así como que multitud de dudas de vocabulario me asaltaban, pues toda mi preparación pre-Nacional se limitó a un puñado de partidas oficiales, sin repaso de vocabulario.

Finalicé el torneo en 26ª posición. Mi espíritu competitivo me impulsaba a tratar de maquillar esa clasificación participando en la partida duplicada, que podría hacerme escalar hasta nueve posiciones. Sin embargo, había adquirido el compromiso de arbitrar la partida duplicada y ni la escalada de nueve posiciones ni la de veintiséis debían valer más que este compromiso.

Este Campeonato de España de El Prat me enseñó varias cosas. La primera es que ningún éxito previo garantiza resultados, así como que ningún mal resultado te hace ser peor jugador que ayer; el futuro está repleto de posibilidades para demostrar nuestra valía y nuestros aprendizajes en cualquier ámbito. La segunda es que uno debe ser, con convicción y muy a su pesar en determinadas circunstancias, fiel a su palabra y compromisos. La tercera es que, por muy talentosos que como jugadores podamos llegar a ser, el único camino hacia una mejora continua es la preparación continua. Y, por último, cuando a uno le atraen casi por igual la competición y los aspectos organizativos del juego, debe aprender a separar ambas facetas, pues, de lo contrario, se produce un conflicto de intereses y el resultado sobre la faceta competitiva puede ser terrible; esto último lo viví por primera vez en este Nacional de 2007, pero me costó cuatro años más aprenderlo realmente: si quieres competir, compite, pero, si quieres organizar, únicamente organiza.

Los aprendizajes en el juego, como en la vida, a menudo son mucho más sencillos en la teoría que en la práctica y antes de adquirirlos podemos llevarnos más de una caída en el camino.

LLORET DE MAR 2008


Después del varapalo sufrido en el Nacional de 2007, estaba comenzando a afirmar una idea en mi mente: el Scrabble clásico es una lotería, en la que los jugadores más preparados juegan con más boletos, eso sí, pero una lotería al fin y al cabo. El talento o la preparación pueden justificar los buenos resultados, pero ¿y los malos? ¿Uno se vuelve tonto de repente? ¿O quizás siempre que uno obtiene un mal resultado es porque no se ha preparado lo suficiente, o porque preocupaciones externas le hacen perder tensión competitiva? Analicé las distintas situaciones que había vivido en competición y eso no me cuadraba. Y, entonces, siguiendo el mismo razonamiento, concluí también que no siempre que uno gana es por talento o preparación, sino que participa en la misma lotería que todos los demás jugadores, con más o menos boletos, pero en una lotería al fin y al cabo. Éste es un pensamiento que hoy en día no ha cambiado lo más mínimo para mí.

La cuestión es que decidí pasar algunos meses más sin prepararme, quizás hasta que comenzara a acercarse el siguiente mundial. Y, curiosidades del destino: de pronto, tras un pésimo Nacional y con un bagaje léxico del que cada día se me escurría, por falta de uso, un puñado de palabras, me topo con dos segundos puestos en los dos últimos ópenes de la temporada y, a la vuelta de las vacaciones, un Campeonato de España Máster en el que, congregándose la flor y nata del Scrabble español, gano mis nueve partidas casi sin despeinarme. Recuerdo que sufrí en mi partida con Enric Hernández y con Carlos Puente. En las demás, fue un paseo militar. ¿Me había vuelto un lumbrera otra vez, de repente? Tuve una suerte tremenda y dudo que en un torneo de nueve rondas se pueda robar jamás con mejor mano. Y recuerdo que pensé: "¡Jo, vaya suerte has tenido! Juegas muy bien, pero la fortuna contigo ha agotado el cupo en este torneo. No creo que jamás llegues a ser campeón de España". Y juro por el comodín, que es lo más sagrado en el juego, que lo pensé exactamente así. Estaba convencido.

Me preparé con algo más de un mes de previsión para mi siguiente Mundial, en Colombia. Malas partidas para firmar un mal torneo y finalizar en 22ª posición. Y, sin embargo, en duplicada, una segunda plaza a un punto del título. Por aquel entonces aún no me había convertido en un especialista en esta modalidad, así que ese subcampeonato me supo a gloria y reafirmó en mí la idea de que preparación y resultados en el Scrabble clásico no siempre van de la mano.

De esta forma, continué preparándome para asaltar el siguiente Campeonato de España: Lloret 2008. Pude estudiar bastante, aunque no iba mucho más preparado de lo que lo había estado en algunos otros torneos, o de lo que lo volvería a estar en otros en el futuro. Mis ocho primeras partidas fueron terribles. Con rivales de distinto nivel, aunque en teoría todos ellos asequibles, me hubiera ido muy bien disponer de un desfibrilador al final de cada una de mis partidas. Al finalizar la octava ronda, verbalicé, en esas tertulias de pasillo tan típicas en los torneos, que, por favor, pedía a la bolsa algunas partidas cómodas o no terminaría vivo aquel torneo. Y, justo cuando el swiss comenzaba a emparejarme a mis rivales más duros, la bolsa fue para mí como un genio de la lámpara dispuesta a cumplir mi deseo. Caí sólo en una partida y en las seis restantes vencí con muchísima comodidad (incluso pudiendo permitirme algunos errores) al puñado de jugadores que copaban las encuestas como aspirantes al título.

Primer título de campeón de España justo cuando menos hubiera esperado conseguirlo, porque creía que ése era un honor reservado a otros jugadores.

En este capítulo de esta serie sólo puedo compartir dos aprendizajes con vosotros. El primero es que cuanto mejor os preparéis más opciones tendréis de alcanzar grandes cotas. El segundo es que, por más que nos empeñemos, al jugar Scrabble clásico aceptamos participar en una lotería; podremos comprar más boletos que otros jugadores, pero las bolas siempre saldrán del bombo; en los buenos y en los malos resultados.

VALENCIA 2009


Al ganar el Campeonato de España en Lloret en 2008, había cumplido un sueño de muchísimos años (de hecho un sueño de muchos años antes de conocer siquiera que existía un circuito de competición). Pero algo muy curioso es que ese cumplimiento llegaba justo en un momento en el que pensaba que ya jamás llegaría y que, además, la sensación resultante de la victoria no tenía nada que ver con lo que siempre había pensado que uno debía sentir al ganar un evento de esa magnitud. Siempre he creído que uno debe aprender a reconocer exactamente dónde se encuentra y cuáles han sido las condiciones para ello, y ese ejercicio de introspección me llevaba a concluir que la suerte había tenido mucho peso en el resultado, así como que lo verdaderamente importante, más allá de la satisfacción por el triunfo, no era éste en sí mismo, sino que había sido el ánimo de superación personal el que me había llevado a él. Y, cuando uno alcanza una cima, la importancia y el aprendizaje no están en la meta, sino en el camino. Tratar de entender de esta forma nuestros éxitos puede ofrecernos nuevas perspectivas y aprendizajes, mucho más provechosos que el éxito en sí mismo.

Con la tranquilidad de ese sueño cumplido, estaba convencido de que lo que me pedía el cuerpo para la temporada siguiente era de nuevo el arbitraje, así que, para no permitir que el paso del tiempo borrara la convicción en ese impulso, en la despedida misma del Nacional me puse a disposición del club Azeuxis para 2009, año en que el club sevillano se iba a encargar de la organización de la mayor fiesta del Scrabble español.

A lo largo de la temporada surgieron ciertos problemas logísticos que impidieron que Azeuxis pudiera llevar adelante la organización, tomando entonces el relevo el club Zajarí de Valencia. Promesa hecha es promesa por cumplir, así que el cambio de organizador no fue obstáculo para que en 2009 estuviera encargándome del arbitraje, faceta del juego que me apasiona prácticamente en la misma medida que la que experimento al sentarme a jugar y competir.

Empezó el torneo con la duplicada, modalidad que no quería dejar de jugar a pesar de mi arbitraje en clásica y, en una partida relativamente sencilla, tuve la suerte de jugar tranquilo y sin ninguna presión, lo que me llevó a firmar un excelente resultado, un punto por delante del maestro Antonio Álvarez, especialista en una modalidad en la que yo sólo me consideraba un buen jugador.

El torneo clásico fue tranquilo y, tras las primeras rondas, en que me había dedicado casi exclusivamente a la corrección de la duplicada, pude dedicarme de lleno al arbitraje y a seguir el desarrollo del torneo y de algunas partidas en concreto. Miguel Rivera encaraba la última jornada como líder con cierta ventaja, pero el grupo de perseguidores era amplio y combativo y Miguel, al que la suerte le volvió completamente la espalda en la jornada de clausura, cedía el liderato para que el torneo llegara a su última ronda con cuatro aspirantes a hacerse con el título: Antonio Álvarez, Carlos Puente, Montse Sánchez y Eufrasio Millán. Parte de la emoción de este final trataba de quedar reflejada en este artículo del Boletín AJS.

Montse Sánchez, SCRA, "la otra mitad de BBLE" (nicks de Montse Sánchez y Patxi Navarro en ReDeLetras.com), se alzaba con el título de campeona de España y el que suscribe, siguiendo el final de la partida desde el escenario, rompió a llorar como nunca, mientras aún le llegaban las últimas impugnaciones y algunos participantes, que aún se mantenían ajenos al hecho de que en la mesa uno acababa de quedar adjudicado el título, miraban esas lágrimas con la extrañeza de quien no entiende que un árbitro pueda estar llorando.

El título de campeón de España duplicado supuso una enorme alegría, pero el verdadero aprendizaje en este caso fue hallar en el interior de mí mismo la certeza de que la felicidad y la emoción pueden llegar a ser mucho mayores por los éxitos de los seres queridos que por los propios. Es por esto, entre otras cosas, que mi convencimiento de que los éxitos propios sólo tienen un pequeño valor para uno mismo es cada vez más firme. El éxito es producto de una actitud en el fondo egoísta: el afán de superar a los demás y a uno mismo. El orgullo por los logros de nuestros seres queridos valdrá siempre mucho más que eso.

SEVILLA 2010


El de 2009 fue el año más exitoso de mi carrera escrablística y eso, en términos de digestión de resultados, lo convirtió en un año más terrible aún que el de mis excelentes inicios. Había tenido la fortuna de imponerme en seis torneos locales y de haberme proclamado subcampeón andino duplicado, campeón andino clásico y campeón de España, de Europa y del mundo duplicado. Había pasado de ser un buen jugador de duplicada a convertirme en un especialista en la modalidad. La nube desde la que podía darme el golpe del siglo estaba altísima.

Había conseguido mis resultados en duplicada a base de entrenar jugando una duplicada tras otra, cientos de partidas durante varios meses, hasta sumar tanta experiencia que casi podría jugarlas con los ojos cerrados. La duplicada, para lo bueno y para lo malo, es una modalidad en la que no dependes del azar de la bolsa y sí de tus propias habilidades. Aunque, en un universo duplicado como el del Scrabble en español, en el que aún estamos muy lejos de conocer todo el diccionario y de acercarnos a la partida perfecta, ni siquiera dando lo mejor de nosotros mismos podemos asegurar el éxito, ya que tus principales oponentes pueden tener un mejor día que tú, o puede salir justo esa palabra que tú no conoces pero sí tu oponente, de la misma forma que puede ocurrir al contrario. Da igual si conoces 10.000 palabras más que tu oponente; si sale justo la que él conoce y tú no, la ventaja es para él. En cierto modo, esta circunstancia no deja de ser una forma de azar.

La cuestión era que, en definitiva, si continuaba preparándome en duplicada como hasta entonces, podría minimizar el peso del azar en mis partidas clásicas y continuar aspirando a todo en duplicada. Repetir el triplete del año anterior (nacional, europeo y mundial) era una gesta altamente improbable, pero quería prepararme para intentar repetir cetro mundial. La confianza es una cuestión clave en los grandes retos, así que mi convicción de que lo conseguiría era plena. Pero la línea que separa la confianza de la soberbia suele ser muy fina y es difícil aprender que no es lo mismo estar convencido que creérselo.

Sea como sea, llegué al nacional con plena confianza y, aunque no pude hacerme con el título duplicado, la cuarta posición obtenida, aun con un porcentaje bastante discreto, podía considerarse un resultado satisfactorio. En clásico, el destino quiso que de nuevo me encontrara con atriles cómodos en un buen número de mis partidas y, aunque la fortuna no me acompañó tanto como en el Máster 2007 o en el Nacional Clásico 2008, la experiencia adquirida en grandes competiciones en los últimos años me había servido para llegar a las últimas rondas con opciones y para jugar éstas con la confianza, la fortuna y la tranquilidad necesarias para hacerme con el título de nuevo.

Pero el verdadero aprendizaje de esta temporada no lo obtuve en el Nacional. En él, si acaso, aprendí que nuestra experiencia nos permite afrontar situaciones complicadas cada vez con mayor confianza y tranquilidad y eso, acabe o no traduciéndose en un buen resultado, ya es un gran logro. Pero el aprendizaje de verdad, ése que te transforma y te convierte en una nueva y mejorada versión de ti mismo, aún tardaría unos meses en llegar. Así que será en la siguiente entrada.

LAS PALMAS 2011


Habíamos llegado al año 2010 con un montón de horas de práctica en duplicada, con un 2009 prácticamente imposible de mejorar y con un nacional que apuntaba a nuevos éxitos (nuevo título en modalidad clásica y cuarto puesto en duplicada). Las expectativas para 2010 no podían ser mejores y los retos tras el nacional eran fascinantes: tres meses más para intentar repetir título europeo y unos seis meses más para optar igualmente al doblete mundial.

Con más preparación y confianza afronté la cita europea, pero las sensaciones durante la partida no fueron buenas desde el primer momento. Además, una polémica en torno a la interpretación del reglamento descalificó dos de mis jugadas, lo que me llevó de una teórica tercera plaza (con un discreto porcentaje, fruto de una partida con falta de concentración) a una octava (con un porcentaje realmente alejado de lo esperado). El Europeo de este año se acabó convirtiendo en una experiencia muy poco gratificante, por motivos ajenos a la propia competición, y esto se acabó reflejando en el resultado de la competición clásica, así como en los ánimos con los que salía del torneo. Los años de experiencia, sin embargo, me empujaban a salir de ese bache anímico que había supuesto París y a prepararme (con doble motivación si cabe) para el Mundial de Costa Rica.

En la cita mundialista, hubo un momento en el que los atriles comenzaron a gastarme macabras bromas durante demasiadas rondas consecutivas. En algunas de ellas no podía quejarme de mal juego, pero el de mis rivales era mucho mejor, llevándome, entre otras anécdotas, a firmar la derrota con mayor puntuación o la mayor puntuación conjunta del torneo (con derrota también). En otras, directamente tenía un juego absolutamente desastroso. Recuerdo especialmente una en la que en el turno cuatro tuve ocasión de formar el segundo muro (palabra de siete letras en paralelo a otra) de mi historial competitivo: SONAjEE en paralelo a ARELANDO y formando ZUÑÍAS al tiempo con mi S; pues bien, después de tal subidón de adrenalina y moral y de otro CRUJE en paralelo para obtener 67 puntos, acabé perdiendo esa partida por unos 100 puntos. Son cosas del juego y uno debe aprender a convivir con ello, más aún en un evento en que la mayoría de jugadores están muy preparados, pero toda paciencia es capaz de agotarse. Hacia el final de esa nefasta jornada, el halo de negatividad que estaba construyendo en torno a mí crecía como un huracán y en mi juego ya no había ambición o combatividad, sino impotencia e ira.

Comenzó la última ronda clásica de la jornada y, de pronto, como si fuera el protagonista de un programa de cámara oculta, la bolsa me lo daba todo ahora, para acabar llegando a tres cuartos de partida con una puntuación muy alta y una ventaja de unos 150 puntos. Recuerdo que el pensamiento que me embargó fue exactamente: "no quiero ganar esta partida por 150 puntos, quiero ganarla por 300". Así que, confiando en la fortuna que me venía proporcionando la bolsa en esa partida, abrí una línea de pornueve y otra de portrés, dejándolas abiertas mientras buscaba las más altas puntuaciones posibles en cada turno. Estaba encarando el juego con una actitud estúpida, con la cual tiraba por tierra todos los aprendizajes adquiridos en los últimos años y permitía que fuera la rabia quien jugara por mí. Ni un novato lo podría estar haciendo peor en esos momentos. Por fortuna para mi oponente, aunque también para mí, consiguió ocupar ese pornueve y vaciar la bolsa justo en el momento en que en mi atril había entrado la Q, de forma que terminé perdiendo esa partida al descuento. Me quería morir y no podía estar más enfadado con el juego y menos orgulloso de mí mismo en esos momentos.

Pero la competición puede llegar a ser mucho más cruel a veces, y el espíritu competitivo puede llegar a ser tan férreo y obstinado que, incluso en uno de los peores momentos de tu existencia, te empuja a seguir compitiendo y a intentar sacar la cabeza del barro, aun encontrándote en el mismo epicentro de tus miserias, con más necesidad de salir huyendo que de quedarte, muy probablemente, a seguir recibiendo. De esta forma encaraba la partida duplicada del día.

En el turno dos se me escapó un OBLIGUEN que había visto la práctica totalidad del resto de aspirantes al título y que me dejaba ya sin opciones de firmar un buen resultado. Y fue entonces cuando viví la experiencia más traumática de mi historia con la competición. Comencé a sufrir palpitaciones y a tener serias dificultades para respirar. Pedí un vaso de agua y me repetía a mí mismo que necesitaba calma, que no podía permitir que el juego me estuviera llevando a estos extremos. Tuve mucha fortuna, ya que conseguí paliar ese estado de ansiedad al tiempo que seguir compitiendo de forma notable. En los cuatro turnos siguientes dejé escapar 46 puntos, aunque también pesqué un LIVIDECE que muy pocos vieron, y pude reponerme hasta el punto de obtener un inesperado 100% en los últimos 9 turnos. Acabé maquillando la competición clásica con una 18ª posición y terminé la duplicada con un 8º puesto, tan digno como alejado de mis aspiraciones.

El mundial de Costa Rica 2010 fue la mejor experiencia competitiva de mi vida. El resultado fue muy insatisfactorio en relación a mi preparación y expectativas, pero el mejor premio que podía darme ese mundial no partía de una tabla clasificatoria. El verdadero y enorme aprendizaje que obtuve allí fue asumir que vinimos al juego para disfrutar, competir sanamente y crecer, para aprender en las victorias y sobre todo en las derrotas. El verdadero aprendizaje fue asumir que no podemos permitir que el juego nos lleve a vivir con angustia, sino que nos ofrece disfrute, pero también las dosis necesarias de adversidad para que aprendamos a crecer también en ella. Y la verdad es que, demasiado acostumbrados a tropezar una y otra vez en piedras iguales, necesitamos repetir muchos aprendizajes hasta poder decir que son completamente nuestros, si es que algún día consiguen llegar a serlo.

Haciendo un ejercicio de afirmación de estas convicciones en los meses siguientes, participé en el siguiente campeonato de España, el de Las Palmas de 2011, con nuevas perspectivas. Tuve partidas con buen y con mal juego. La bolsa no me permitió hacer grandes proezas, pero sí las suficientes como para acabar enmendando con una novena plaza un torneo clásico en líneas generales no muy bueno. En duplicado no mantuve la concentración necesaria, probablemente en parte de forma consciente, como terapia por las heridas aún no cicatrizadas, que exigían más el disfrute de la competición que la guerra con el cuchillo entre los dientes. Obtuve una satisfactoria tercera plaza con un porcentaje por el que sólo unos meses atrás podría haber agarrado un nuevo berrinche.

Los resultados en estos meses posteriores al nacional de 2011 han seguido siendo buenos, pero las sensaciones han sido infinitamente mejores. No he renunciado a la tensión competitiva, pero sí a la tensión vital derivada del juego y quizás eso haya podido tener influencia en los resultados. Nunca lo sabré. Nunca sabré si podría llegar a ser mejor jugador que éste o aquél, ni dónde podría estar realmente mi techo competitivo, ni si esto es sólo una excusa para justificar futuros buenos o malos resultados. Mi única certeza es que, si puedo ser un poco más feliz al jugar y competir, cualquier resultado se convierte en una mera anécdota.

Este fin de semana estaremos participando en el XIV Campeonato de España en Murcia, durante el duplicado como jugador y durante el clásico como jurado y reportero. No quiero permitirme vivir una experiencia como ésta con angustia. La vida y el juego tienen cosas mucho más bellas que ofrecernos que un número dentro de un listado.

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