jueves, 7 de junio de 2012

Antología twistera (3): ¿En qué queremos convertir a nuestro querido juego?

Siempre he dicho que somos meros aficionados de esto. Al campeón del mundo de nuestros días le da el premio para costearse el pasaje, la estadía y los disgustos que la bolsa le haya podido dar a lo largo de su vida. Y gracias. Otras generaciones quizás puedan llegar a permitirse tener a unos pocos elegidos viviendo de esto, tal vez lleguen a ver a unas pocas decenas de miles de niños practicando como parte del programa escolar. Tal vez algunos milagros más puedan llegar, pero, como mucho, a lo más que podremos aspirar en esta generación es a soñar con algo así y con la reencarnación.

Eso si no nos lo cargamos antes. Y de verdad que, si hubiera suculentas bolsas en juego, lo podría llegar a entender, pero en estos niveles en que nos movemos me llena de tristeza ver cómo cada día mi amado juego se ensombrece un poco más. Es innegable que la camaradería sigue siendo muy buena y cada vez más amplia y con menos fronteras. Pero me temo que es precisamente ese ambiente de buen rollo y colegueo el que nos impide ver que hay fruta que se pudre en este cesto. Porque, cada vez que pasamos mirando hacia otro lado ante ciertas actitudes que no nos gustan, no pasaría nada si éstas quedaran en anecdóticos casos aislados, pero, desfortunadamente, o me vuelvo muy pesimista con la edad, o este retoño pronto necesitará una poda.

Miradas furtivas a la bolsa con precisa extracción de comodines; maltratos al reloj o a las fichas porque probablemente ellos y no nosotros hayan de ser culpables de nuestra suerte; cus devueltas al saco en un despiste de nuestro oponente; artimañas varias para su confusión en el recuento de fichas, de puntos, de tiempo; ganadores de todo encantados de haberse conocido en cuyos comentarios su oponente siempre acaba siendo el pobre necio... Juguemos a Scrabble, entre amigos, nos divertiremos... Pero a la que pueda te piso.

¿Sinceramente es éste el juego que queremos? ¿Estamos sembrando para el futuro del juego o para alimentar nuestros egos miserables, sea cual sea el precio de la gloria? Quiero ganar la partida tanto como tú, más si es posible. Pero sólo porque acepto la sana y tácita competencia, en la que uno debe ganar y otro perder, porque ganar me hace mejor que yo mismo, me permite superarme, disfrutar más, ver más allá, anticiparme, desarrollarme, crecer. Pero si, aun en el fondo oscuro de mi soledad, en el más recóndito de mis rincones, en el que nadie puede leer mi pensamiento, me siento hacerme un poco más chiquito por dentro, mi ego y mi elo sólo se alimentan de la enorme mentira que habita en mí y el crecimiento es sólo un espejismo en un desierto que nadie transitará.

Si cada historia, cada relación humana, cada civilización o la humanidad misma son capaces de irse a la mierda en un soplido, en una ínfima parte de lo que costara levantar todo lo bello y lo valioso, ¿aún no estamos seguros de ser capaces de hacer lo mismo con nuestro querido juego?

¿Son banales entonces estas palabras? ¿No servirá de nada entonces un pequeño cambio en cada uno de nosotros? 

El juego nos enseña a combatir los caprichosos designios de la bolsa. La vida, mucho más valiosa y productiva, es capaz de enseñarnos mucho más.

No hay comentarios:

Publicar un comentario