miércoles, 11 de abril de 2012

Los Episodios Nacionales: Madrid 2006

Tuve éxito demasiado pronto en el juego. En mi primer Nacional conseguí una cuarta plaza que me llevó a participar en un Mundial con sólo dos torneos disputados. En mis torneos cuarto y quinto conseguí dos victorias consecutivas que podían hacer pensar que esto del Scrabble era un juego de niños. En mi segundo Mundial conseguí una octava plaza que podía parecer una promesa: éramos jóvenes y el mundo estaba hecho para comérselo. En Chile y Argentina una palabra acuña muy bien esta sensación: exitismo. En aquellos tiempos, realmente no sabía de qué iba este juego.

Jugaba como si el juego estuviera hecho únicamente de mecánica, basado en unos principios matemáticos que, bien seguidos, escondían la clave del éxito. Yo conocía esos principios y los primeros resultados estaban llegando muy pronto. La de 2006 había de ser La Temporada. Aplicaba esa mecánica, como un autómata. Ponía en práctica la matemática, pero ésta era fría y metálica. Seguía obteniendo buenos resultados, pero, en esa frialdad y ante la presión autoimpuesta por aquel prematuro éxito inicial, el juego se transformaba en un expediente que cumplir, un resultado que obtener, torneo tras torneo. No alcanzaba al espíritu del juego, ese alma cargada de magia que esconde y que todos, en uno u otro momento, estamos condenados a descubrir. El juego se estaba convirtiendo para mí en una cosa distinta a la que buscaba cuando me acerqué a él.

Se acercaba el tercer Mundial, en Uruguay, un evento al que quería asistir y que en el fondo de mi alma quería desear jugar, como había deseado al juego, con avidez, al comenzar, hacía sólo dos años atrás, aunque pareciera que habían pasado siglos. ¿Qué mejor manera de conseguir volver a desear que optar por no tener?

Dicho y hecho. Renuncié a jugar los dos principales eventos del circuito español: Torneo Máster y Campeonato de España. Acudí a ellos e incluso los arbitré, para colaborar en tanto que había decidido no jugarlos, pero, sobre todo, para que la condena impuesta fuese mayor. Quería tener el juego y la competición junto a mí, ver a mis compañeros competir, luchar, jugar y disfrutar y no poder tenerlo. Empaparme de todo lo mejor del juego y la batalla y llenarme de ganas de tener todo aquello y no poder.

La cosa resultó. Disfruté del siguiente Mundial en Montevideo como nunca antes y, más o menos por aquella época, fue que comencé a aprender a vivir el juego de otra forma.

De la misma manera en que, dentro del juego, cuando los atriles se tornan perversos y se alejan de lo que buscamos para poder ofrecer batalla y obtener disfrute, debemos encontrar las estrategias necesarias para transformarlos, fuera de él, si el juego se convierte en una cosa distinta a lo que era cuando nos acercamos por primera vez, existen también formas de transformar esa sensación. Podemos elegir caminos más o menos dolorosos, pero de lo que se trata es de que sean efectivos. 

Al juego nos acercamos para disfrutarlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario