Urdangarín era el abanderado de equipo o selección que todo hincha querría para sí, el yerno que todo suegro o suegra (Reales o ficticios) querrían para sí, el hombre de bien, guapo y con posibles que muchos quisieran a su lado y que no muchas podrían tener al suyo. ¡Una ganga!
No sé si me lo crucé en un torneo o lo soñé. Jugaba como los ángeles y ganaba como un demonio. Y cuando te tendía su mano después de avasallarte sobre el tablero no sabías si felicitarlo, darle las gracias o pedirle un autógrafo, un beso o cuatro lindos hijos. La mesa uno se le quedaba pequeña (estaban ya creando una mesa individual para él, con la etiqueta "1/2") y tenía hechuras para poder haber triunfado en cualquier otra cosa, como galán de cine, hombre de negocios, abanderado de las causas justas o incluso como balonmanista. Pero estaba allí, honrándonos con su presencia en el torneo.
Pero, como siempre hay gente con más envidia que tiña, a alguien le dio por comentar, por lo bajini y a la espalda (como deben hacerse estas cosas) que este señor era un tramposo. Que le habían visto echando miraditas furtivas a la bolsa, que devolvió una Q al saco en un despiste de su oponente, que se sumó diez puntos más en una jugada viendo que aquél no le seguía la cuenta y no se cuántas barbaridades más que no cabían en el manual de estilo de ningún buen escrablista de pro. Y, ya saben: "los cinco puntos de la Q son los más sádicos de todo el juego" y "difama que algo queda".
Y éste, que sigue creyendo en la presunción de inocencia, en la bondad del hombre por naturaleza y en que los Reyes son magos de verdad (vamos, que te pueden sacar del brete más comprometido en un par de pases mágicos), prefirió no dejarse seducir por la infamia y continuar centrado en tratar de alcanzar la mesa 1.
Y héte aquí que, caprichos del destino, una intoxicación de éste, ocho turnos consecutivos de cambio de aquél y un Rey de la Colina que andaba más pendiente de apagar fuegos en sus cortinas de terciopelo real, el suizo quiso tener a bien emparejarme con SAR en una ronda sin mayor trascendencia, pero en mesa 1 al fin y al cabo.
Y no digo yo que el muchacho anduviera haciendo trampas, pero es cierto también que, entre atusada de cabello y sonrisa a los flashes hacía algún que otro gesto extraño que, sin llegar a conseguir interpretarlo, cuando menos mosqueaba. Así que decidí poner más atención cada vez que él robaba, cada vez que él sumaba, cada vez que él cambiaba fichas e incluso cada vez que él se acomodaba los gemelos (un precioso modelo cuadradito y plano, con esquinas redondeadas y de color marfil, sin inscripción en su superficie y sin valor real en el juego). Y, qué casualidad... conseguí ganarle y el muchacho, ése mismo que llegaba al final del torneo con una media de 794 puntos, no consiguió más que misérrimos 226 en nuestra partida.
¡No podía creerlo!... ¡Qué dicha, qué llenazón de orgullo y de satisfacción!... ¡¡¡Le había ganado a Urdan!!!... No cabía en mí de gozo, así que no era capaz de poner atención a si la real familia del scrabble me victoreaba o simplemente clavaban sus miradas en mí como puñales por haber derribado un mito. No era consciente de si me estaban llevando en volandas o, en mi delirio, estaba retozando sobre el tablero cual verraco. No sabía si en ese momento era un ídolo de masas o un Jean Baptiste Grenouille a punto de ser ejecutado (¡y sin perfume a mano!).
El caso es que, una vez conseguí salir de ese estado de ofuscación psicótica, sólo hallé caras largas y jurados revisando planillas, ojos de halcón y frasquitos de orina. El silencio era una pesada manta, como una bocanada de aire puro en un balcón del Zócalo.
Determinaron que en la bolsa de la mesa 1 se habían estado produciendo graves incorrecciones y manipulaciones antirreglamentarias y lascivas durante toda la última partida. Determinaron que el resultado firmado en las planillas era la prueba concluyente para su veredicto. Determinado esto, terminaron.
Querido Duque. Desde mi celda hoy le escribo para expresarle mi más profundo agradecimiento por haberme permitido disfrutar de aquel inolvidable momento junto a usted.
Y que Dios nos perdone.
¡Y que Dios salve a la Reina!
Parar Gran Taxi Vacío
PD: Con muy real cariño a la bella Ciudad de México
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