martes, 28 de febrero de 2012

Duelo de "ochos"

No hace mucho, en el final de una partida rápida que formaba parte de una de las clases que ofrezco a través de Skype, se dieron las circunstancias necesarias para que, aunque la jugada finalmente no tuviera lugar, se desarrollara una situación que destilaba magia por los cuatro costados. 

La cuestión es que el marcador estaba bastante igualado y las letras en el atril de mi alumna eran E-U-Ñ-R-V, mientras que las de nuestro oponente, con turno en disposición, eran O-C-J-L-R. Muy probablemente, la victoria pasaría por el aprovechamiento de los "ochos" que ocupaban los atriles: Ñ y J. 

Dada la configuración del tablero y la práctica ausencia de vocales francas sobre él, la victoria parecía de nuestro lado, ya que su jugada anterior (un QUI por 14 puntos) había llevado a nuestro oponente a quedar ligeramente rezagado y, por una parte, no disponía de lugares donde sacar buen partido a la J y, por otra, no parecía que pudiera vaciar su atril en menos de tres turnos.

Nuestra jugada más práctica parecía PEÑO, por 21 puntos, situando nuestra Ñ sobre un doble de letra para ligar PE con O. Un análisis más profundo apuntaba a que, con ésta, nosotros también necesitaríamos tres jugadas, de forma que sería nuestro oponente quien podría cerrar la partida y quizás hacerse con la victoria. De esta forma, la solución pasaba por cerrar en dos turnos. Mientras él pensaba su jugada, descubrimos que podríamos jugar RUÑES en 12A (en vertical, empezando en el 2L que hay entre los 3P del cuadrante superior derecho), por 26 puntos, apoyándonos en una S, de forma que, en el turno siguiente, tendríamos tres lugares en los que poder cerrar formando VE o VI por 5 puntos.

Como nuestro oponente demoraba su jugada, nos dio tiempo a pensar en cómo podría él aprovechar ese RUÑES de nuestro siguiente turno (fueran cuales fueran las fichas que él empleara en su siguiente jugada). Revisando su atril actual (O-C-J-L-R), no fue difícil concluir que, si él sólo ponía ahora en juego su L, con RUÑES le estaríamos permitiendo cerrar el juego con CRUJO en B10, por 40 puntos, aprovechando nuestra U para ganarnos la partida.

Y éste fue el momento que me pareció mágico. Ninguna de sus mejores jugadas posibles pasaba por utilizar exclusivamente su L, pero si él hubiera previsto que nuestra mejor jugada era RUÑES, podría haber apostado a poner en juego exclusivamente su L, forzándonos así a desechar la opción de RUÑES o, en el caso de no caer en la cuenta de la estrategia planteada, a perder la partida. Y, así, si él hubiera acertado con esta estrategia, y en tanto que nosotros habíamos sido capaces de preverla, nuestra respuesta debería haber sido el sacrificio del RUÑES en aras del PEÑO, entregando el cierre de la partida al oponente (por su capacidad de elaborar tres jugadas antes que nosotros al disponer del turno "inicial"), pero no la victoria.

No olvidemos entonces, cuando nos encontremos en un final de partida digno de análisis, que no sólo hemos de contar con las jugadas que nuestro oponente puede desarrollar con la configuración de tablero actual, sino que también debemos prever si la configuración de tablero que con nuestras jugadas propiciáramos podría llevarnos a perder la partida.


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