domingo, 16 de octubre de 2011

Un sábado en el Torneo Nacional de Scrabble

Tengo una borrosa idea de cómo llegué hasta aquí. Creo que todo empezó en algún recodo de mi vida adolescente, de esos donde se reúne la familia durante toda una extraña tarde en que no había otra cosa que hacer. Para las opciones de ciudades, que en esa época hacían una larga lista en mi prontuario, tengo apenas un par…debe ser por lo de las quermés para parientes y uno que otro amigo, que venía del extranjero, excepcional además porque también sabía jugar Scrabble. Entonces, concluyo en voz alta que este encuentro debe haber ocurrido en la Cumaná de finales de los setenta.

Ahora que mis recuerdos se van aclarando, había dos jóvenes mujeres que se alternaban en sus visitas a casa, que jugaban muy bien, siempre por encima de los cuatrocientos puntos, por lo que  con mi débil repertorio lingüístico, la mayoría de las veces salía, como dicen por allá, con las tablas en la cabeza. Se trataba de tía Alicia, y de Lina, una de varias comadres, nombre con el que mi madre acostumbraba bautizar a sus amigas mas queridas.

Como todo participante de cualquier juego para dos, y más en uno en que el ganador no se considera más fuerte sino más inteligente, nunca faltaba el abrazo cariñoso con beso incluido para el atrevido sobrinito que aceptó divertir un rato a la tía y esa mueca de “te gané otra vez” que acompaña al famoso apretón de manos hasta el día de hoy.

Tal parece que todas aquellas virtudes que se asoman como una promesa en ese instante, y que luego cuando somos adultos se denominan talentos, son cosas de temprana edad a las que luego vamos nutriendo de mañas por el camino.

Así pasó el tiempo, y de cuando en cuando sacábamos la empolvada caja, para sentarnos a pensar y jugar, jugar y pensar y pasar ese tiempo interminable del destierro, que de tanto esperar que termine se te hace otra vida, absoluta y brutalmente real.
                       
Muchos años después de instalado en los andes venezolanos, recibí una invitación a conocer un grupo de personas que se reunían con el mismo expreso fin que nosotros, pero ya a divertirse y sin pensar en los resultados, al menos eso creía.
                       
Llamé muy entusiasmado a mis amigos de andanzas, Ismael, con quién habíamos retomado este vicio algo así como un año atrás y Rigo un hombre tan entrado en años como en conocimientos que con semejante escolta sentí que no podría quedar mal parado.
                       
Entré tan relajado a ese lugar y fue tan cálido el recibimiento, que no podía sino derrotar uno a uno a los rivales que me fueron saliendo al paso, Orlando, Alberto y Dora, eran sus nombres, que luego de la presentación de rigor, se miraban incrédulos sin entender lo que les había sucedido frente a  este inexperto. Como todo convidado de piedra que se precie, recorrí todo el sitio, un lugar privilegiado para universitarios en retiro y devoré cuanto se me puso por el medio, acompañado por un buen vino tinto, dado que ese día había un almuerzo en el patio, pero con motivo de la inauguración de otra dependencia.  
                       
Dicen que las interrupciones no son buenas para quien se encuentra en una racha, y esta vez no fue diferente, porque al cabo de un rato me encontraba en plena digestión presentándome con Félix y debo decir que entre el saludo y el apretón final sufrí una despiadada paliza que emergió en los rostros de mis cansadas víctimas como la exquisita venganza con tanto silencio aguardada. De ahí en más, no me quedaba otra cosa que ganar otra partida como fuera y esperar los resultados. La sorpresa es que quedé muy bien ubicado en una lista que incluía al equipo que iba a representar a esta ciudad nada menos que en la capital.
                       
La cosa era con anuncio oficial y apoyado en la modernidad, entre la información que me daban los nuevos amigos más la que encontré en la red, me fui haciendo una idea de lo que sería participar en un torneo nacional.
                       
Llegamos a Caracas después de una muy distendida preparación. Al fin y al cabo nuestras reuniones de entrenamiento con Ismael y Rigo incluían tableros con espacio suficiente alrededor para botellas de vino a la temperatura ideal, delicatessen bávaras variadas coqueteando con el pan francés, cerveza en cascadas y una reserva de Cutty Sark que nos vigilaba atentamente desde la vitrina ante cualquier sospecha o mínimo asomo de sobriedad al terminar la jornada. Para qué hablar del televisor transmitiendo a bajo volumen el partido de fútbol de la noche o el equipo de sonido desde donde las notas de jazz se hacían acompañar por la sutil percusión desplegada al hurgar la bolsa de las letras. Ninguno de los tres diría que se sentía afectado por ese entorno, y con toda lógica sí que nos sentimos perjudicados cuando nos lo arrebataron, y  lamentamos al unísono “a quién se le ocurriría jugar esto en un campeonato”.
                       
El evento tenía lugar en un amplio salón de la Universidad Simón Bolívar, en medio de unos bosques solitarios y de soberbia belleza, un marco totalmente a tono como se vería más adelante.
                       
Inmediatamente llegaron los participantes, había muchos abrazos y risas que contaban de reencuentros, y mucho orden en la instalación. Las mesas con sus tableros en fila nos esperaban y al fondo una suerte de tribunal, con unas computadoras conteniendo a punto de explotar, información sobre los jugadores, el juego, diccionarios, reglas y una lista secreta de las palabras que muy pocos conocían, esas que mandaba a consultar más de algún extraviado frente a un escandalizado campeón.
                       
Y hablando de campeones, había varios, camuflados entre la multitud, mimetizándose con la muchedumbre, pero reconocidos no sin cierta envidia por otros, que cuchicheaban a sus espaldas rogando al cielo que no les tocaran en suerte. Otros espíritus, pero estos alegres y lujuriosos, deambulaban entre nosotros, ya que estábamos nada menos que en la “Casa del Estudiante”, y enseguida ante la escasez de los ingredientes básicos de los sucesos acostumbrados, huían despavoridos como en el cuadro de Münch.
                       
Al grito de ¡empiecen! de Juan L. Barriendos me acomodé en mi silla para jugar mi primera partida oficial como decían unos por ahí, tenso como pocas veces y sin siquiera voltear hacia una mesa con comida que había cerca, menos que me hablaran de vino. Ya en mi única visita al baño noté cómo se me hacía pequeño el mundo. Envalentonado  metí una sudorosa mano en la bolsa pero ésta se me atascó, no sé porqué si se trataba de un juego nada más. En ese momento uno de los observadores conocido como el señor Arellano me dijo con firmeza “las letras se sacan con la bolsa sobre la mesa, a la vista del contendor y sin tener la mano mucho tiempo adentro”, a lo que respondí un tembloroso “gracias ss-señor” y él se alejó con una amable sonrisa diciendo “es la única vez que se lo voy a decir”…gulp! pensé, esto sí es serio, que dirían mis compañeros si pudieran verme…
                       
Como era de suponerse jugué catastróficamente y caí a los pies de Astrid, una delgada chica cuya sonrisa misteriosa mitigó esa sensación de amargo debut. Me levanté a duras penas y al darme cuenta que las pausas entre juego y juego eran cortas, decidí olvidar lo importante que era el asunto y le pedí a una señora que también competía que me tomara una foto con mi próxima rival, Isis, a ver si al menos quedaba encandilada con el flash y eso me permitía tomar alguna ventaja al inicio. Resultado: buena táctica, porque así pude obtener mi primera victoria y me enfilé hasta la mesa donde yacía mi siguiente colega, Rose, quien acababa de perder y lucía  el mismo arrepentimiento mío de unos minutos atrás.
                       
En esta ocasión apliqué, sin estar consciente, el libreto del jugador perdido dentro del reglamento y entre cómo manejar el reloj sin que te estorbe para pensar en tres fáciles lecciones y practicar lo de la bolsa viendo de reojo a un Arellano listo para guillotinarme, se fue una reñida y conversada partida que gané por ¡un punto!, pobre chica, no conocía esa estrategia…y yo menos!
                       
Llegó el intermedio, y con él otro hermano de la vida que venía a alentarme, nada menos que el primer filósofo cumanés que se haya conocido: Marcos Ambríz, hoy devenido en editor de tanto saltar por las teclas de las instituciones culturales de gobierno que se dieron el lujo de subestimar a este brillante oriental. Un feliz encuentro sin duda en el que comentamos a grosso modo como iban las cosas para mí hasta esa hora. De repente un hombre joven se acerca a saludar nada efusivamente a mi amigo, y éste me lo presenta como un viejo conocido: “Marcos Monsalve” . Gracias dije y seguimos hablando sobre donde nos desquitaríamos a la noche con algo de beber, mientras el personaje nos miraba extrañado al oír tantas ligerezas.

Como todo médico, cargo con el pecado de la observación rigurosa a cuestas y fuí incapaz de obviar que este era un individuo enjuto en toda su naturaleza, anímicamente anémico y de un andar que parecía más bien levitar. No sé en que contexto mencionó su edad y pensé de inmediato que se había escapado del propio mausoleo donde reposaba la cámara de hibernación de Walt Disney, más tarde cuando se apartó con displicencia, le dije a Ambríz discreto: “qué tipo tan singular” a lo que contestó, “Mmmfp…bueeeno, qué te puedo decir de alguien que ha sido campeón nacional y mundial de Scrabble…”
                       
Lo que vino después fueron caídas sucesivas a manos de Juan Marro y José Porras y así terminé ese día, hablando con el resto de mis compañeros, que habían tenido suertes disímiles mas no muy alejadas de mi realidad lo que me reconfortó tomando en cuenta que era la primera vez que tenía contendores de tan alto nivel.
                       
La verdad es que las personas que conocí eran en su mayoría amables y extremadamente atentas. Tanto que a la mañana siguiente, más sereno, con todo un día de experiencia a las espaldas, se me acercaron para compartir amena charla y caminar hasta una columna donde todos se agrupaban para ver una lista que informaba sobre los enfrentamientos que venían a continuación. Empecé a buscarme desde arriba y mi nombre no llegaba nunca, habría sido más rápido hacerlo al revés puesto que figuraba bastante abajo en el grupo. Al tope de esa lista había varias columnas y una de ellas decía ego, y los más altos bordeaban los dos mil puntos, en cuanto pude ver claramente leí ,ahora sí, y decía elo. Era muy llamativo que las más altas puntuaciones (se refiere a un coeficiente de algo, rendimiento, que sé yo, pero como todo coeficiente: sospechoso al fin) correspondían a quienes iban comandando las clasificaciones por lo que pensé, esto viene de años y yo buscándome ahí…otros, incluyendo a algunos de los miembros de mi club, tenían ese espacio vacío como yo, es decir ni siquiera teníamos elo.
                       
Salí a respirar aire fresco, que era lo que más había afuera y como buen explorador encontré un auditorio mínimo, completamente solo, en cuyo escenario estaba un piano negro pequeño, ese que los músicos llamamos “cuarto de cola” a secas, y el que figura en todos los sueños del que ame tal instrumento. Al menos en los míos, está en la sala de mi casa, cerca de un ventanal, desde donde mi voz pueda volar con su compañía.

Me senté a tocarlo y estaba tan desafinado como el alma del que decidió abandonarlo a su suerte en ese recinto donde estaba a expensas de humedad, goteras, alimañas y de un frío estremecedor…quién puede cantar así. Este era el otro amigo que me estaba esperando para hacer mas agradable aún la aventura. Y no importaba como sonara, porque la música igual atrae a las personas, es una llamada a un lugar profundo dentro de nosotros…en cuestión de minutos tenía a tres personas sentadas a mi lado escuchando y cantando conmigo, eso es lo que la gente llama magia, pero no hay truco, todo es legítimo.
                       
De nuevo el grito de ¡empiecen! y desperté sentado frente a un hombre algo mayor, imperturbable, silencioso y de mirada melancólica que esperaba resolver con rapidez el careo. “Mucho gusto”  dije intentando distraerle, igual contestó “Arnulfo Llongueras” nada más, como si el sólo hecho de llamarse así debiera entrañar algo, y vaya que entrañaba esa terrible masacre de la que fui objeto. No tenía  tiempo ni de levantarme cuando el sujeto ya me había lanzado otra avalancha de letras, palabras completas, una tras otra, como si las yemas de sus dedos tuvieran ojos y con curso de lectura veloz aprobado…era sacar las fichas, ordenarlas y extenderlas por los cuadros del tablero que se hacían pocos para su sentido de la oportunidad, su fortuna y cómo no hacerlo notar, su sapiencia porque al final quedó entre los mejores.
                       
No me había recuperado todavía al ver que en el listado me había tocado un jugador que iba más abajo que yo en la tabla, y me froté las manos pensando en mi reivindicación, cuando Barriendos tachó la hoja y dijo que había errores y se corregirían así: me tocaba nada menos que con Marcos Monsalve…a esto vine me dije, a jugar con campeones, a buscar roce internacional, claro que sí.
                       
Vamos…en las primeras cinco jugadas, cuatro eran de palabras completas o scrabbles en el argot del caso, y yo tratando de poner alguna que pasara de 30 puntos en medio de un desconcierto total. En eso, el tipo pone los codos sobre la mesa y cruza las manos bajo la barbilla y entra en un trance con una mirada enclavada en el infinito, digna de lo que llamábamos en clase de Neurología  “crisis de ausencia” o pequeño mal epiléptico. Ya estaba pensando en qué administrarle y para evaluar su estado de conciencia le dije: “epa! te toca jugar…” y respondió:” mmm, es que estaba pensando” . Resignado, sabiendo que ya no podría ganar por abandono, seguí haciendo lo que pude, hasta que se me presentó un scrabble con triple tanto, en el horizonte izquierdo de la tabla y puse “rescinde”…me miró por primera vez con simpatía y anotó algo así como 90 puntos en mi cuenta…claro, me iba ganando por una cantidad impublicable.
 Siempre he pensado, con un tinte psicológico claro está, que las palabras que uno pone durante el juego, de algún modo están relacionadas consciente o inconscientemente con nuestros pensamientos más recientes. En este caso nada estaba más claro: yo definitivamente lo que quería era dejar sin efecto esa partida,   pero ya!
                       
Todo terminó en una sonrisa forzada y me estrechó la mano tan enérgico como una pila gastada…de paso confieso que nunca me había dolido tanto un apretón de manos.
                       
Recogí mi elo del piso para sobarme el ego y colgué mi morral del respaldo de la silla a donde no tardaría en llegar el siguiente, o mejor dicho la siguiente porque se trataba de una impecable señora de aspecto europeo, cuyo nombre era Liv, no precisamente de apellido Tyler como lo hubiese deseado a esas alturas, pero con la misma seguridad que cualquier actriz de Hollywood desenfundaría para los efectos.        
                       
Ya íbamos por la mitad de la partida, y me iba ganando por unos 180 puntos…”lo importante es participar”, “quedaste en el corazón de todos”, “hiciste mucho para ser la primera vez”, eran las trilladas frases que se me venían a la mente en medio de otro fracaso inminente. A punto de rendirme, hice dos cambios de letras seguidos que terminaron en sendas palabras completas, lo que disparó las alarmas de esta regia dama de Altamira (“regia” tiene una traducción coloquial venezolana bastante parecida en su sonoridad, la conocen ?... busquen en el DRAE)  que acto seguido empezó a cerrarme todos los caminos. En la última jugada, todavía unos 120 puntos por debajo, acudió a mí fugaz pero preciso, el poeta de mi infancia y de toda mi vida que junto a Vallejo y Pessoa jamás me hubiera traicionado y puso en mis manos juntas una centolla chilena, nerudiana  como todo el Pacífico.

No sé como, pero esas eran las fichas que estaban en mi atril y uno sólo el lugar donde podía poner semejante palabra. Hice esto y como usé todo lo que tenía, el juego terminó y contaron para mí las seis letras que ella tenía…la taquicardia me aturdía, era un final de foto, un gol en el último segundo del partido, un golpe salvador al borde del knockout!  
                       
Liv sacaba las cuentas una y otra vez, a mí no me daba la cabeza para nada más…y mirándome a los ojos de una manera mortífera dijo: “empatamos”… su puño derecho apretujó unas llaves junto al lápiz Mongol número 2 apuntando hacia mi cuello y se levantó iracunda de la mesa sin mediar palabra. Yo sentí lo mismo que si hubiese ganado, tenía ganas de gritar que no era tan mal jugador, mi elo y mi ego bailaban juntos dando vueltas por el salón, y todo era alegría, había encontrado el sentido de estar allí, junto a los buenos.            
                       
Reviví con ese triunfo de tal manera, que regresé motivado un mes más tarde a la ronda final donde se estructuró la clasificación definitiva, se conformó el grupo de representantes de Venezuela para el campeonato mundial, y se entregaron los premios.

Hubo hasta una mención a sottovoce para mi persona por ser el único representante de Mérida en esa jornada (mis amigos no pudieron asistir) y en todo caso por ser el jugador debutante sin elo/ego que llegó más lejos. Conocí otras gentes, hice buenas amistades dentro de un interesante grupo y hasta recibí palmadas en el hombro de parte del señor Arellano y de Barriendos por tan destacada performance.
                       
Lo más importante de todo, fueron las emociones vividas…viajar lejos por causa de un  maravilloso juego casi olvidado de la juventud, de momentos de ocio y entretenimiento familiar, de años perdidos en esperas que dieron frutos demasiado tarde, de amistades eternas rodeando este tablero.
                       
Ya puedo disfrutarlo con calma, aprecio cada vez más estos encuentros y ahora  no dejo de recordarle a los demás que los grandes también juegan.


Ésta es una historia real, los nombres de las personas que aquí aparecen fueron modificados para proteger su identidad lo suficiente para que no se enojen conmigo y puedan ser reconocidos por los demás participantes en ese genial torneo escenificado entre Octubre y Noviembre de 2004 en Caracas, Venezuela.
                                                                                                                                       Mario.

Por cortesía de Mario Mendoza

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