En la primera ronda del Open de Cerdanyola 2009 inicié la competencia en mesa uno contra el campeonísimo Miguel Rivera. Repartidas las fichas para iniciar el juego nos cruzamos un apretón de manos y curiosamente dije: "¡enhorabuena!". En ese instante gesté mi derrota. Creyendo que aquello estaba superado volví a repetir la acción, inconscientemente por supuesto, unas semanas después y peor aún, mi rival incluso me dio las gracias Ni que decir tiene que volví a perder irremediablemente.
Y lo expuesto, aunque parezca broma, les pasa a muchos jugadores, aunque el subconsciente no los delate como me ocurrió a mí. A su oponente le desean suerte pero por dentro se sienten derrotados.
Jesús Sánchez, jugador del Club Zajarí y luchador de Kendo, dice que antes de un combate existe lo que vendría a denominarse el otro combate. Ése que se inicia con la mirada, los gestos, las indicaciones visuales de superioridad o temor. Ese momento en el que por segundos un buen competidor sabe si va a ganar, va a tener opciones o simplemente va a perder con mayor o menor intensidad.
Yo creo intuirlo a veces, pero sólo a veces, especialmente cuando el rival desea suerte con la voz baja o simplemente no la desea. ¿O no se han dado cuenta de aquéllos que evitan desear suerte o nada más mueven suavemente los labios sin emitir sonido alguno, desviando la mirada?. A estos jugadores los encaro con determinación porque sé que esconden un signo de debilidad hacia mi juego. Algún tipo de respeto me guardan. Pero ¡ay de aquellos que me desean suerte en voz alta y mirada fija! Miedo me dan.
Un psicólogo me dijo que, aplicado igual que al ajedrez, tratara siempre de adelantarme a mi rival en el deseo de la suerte e incluso lo hiciera levantándome ligeramente y brindándole la mano con el dorso hacia arriba. E incluso, si esa era la habilidad de mi rival, que procurara levantarme a su altura y, al darle la mano, girársela levemente y, más aún, apoyar mi otra mano sobre ambas.
Pero bueno, tampoco siempre es así. Ivette González me contaba que en cierta ocasión saludó a su rival deseándole “mucha, pero que mucha suerte” en voz alta. Y la tuvo, desde luego que sí, pero su contrincante. Ivette ya no desea desde entonces tanta suerte a sus rivales.
Pero, además, hay otros métodos más expeditivos. José Montes, el gran jugador del Azeuxis de Sevilla, siempre que juega contra mí me dice lo mismo: "Suerte… y, Santi, por Dios, ¡no me hables durante la partida !". Ahí ya no vale nada, ni fuerte apretón, ni mirada fija, ni nada. Pierdes seguro.
Eso sí, lo mejor lo contaba un campeón argentino en el pasado mundial: “Vi acercarse a Juan Carlos Ayala sin masticar chicle y respiré aliviado. Una vez sentado se sacó del bolsillo un envoltorio, lo deslió y se introdujo un chicle en la boca. En ese momento supe que habia perdido”.
Y ahora sí, en próximas partidas esperen de mí una mirada penetrante y fija, un fuerte apretón de manos, un deseo de fortuna firme en voz clara y alta, un ligero levantamiento de mi cuerpo sobre ustedes y un giro de sus muñecas de manera dominante. Sabrán que voy a ganarles con determinación (y sin chicle).
Ya que digo esto y viniendo a colación, saludemos siempre al rival, pero no solo al iniciar la partida, tambien al acabarla. No hay que pensar que el oponente sólo tuvo más suerte que tú, sino que también supo trabajarse la victoria. Recuerda que en ese momento ya no es un rival, es tu amigo. Y aquí estamos para hacer amigos.
Posdata: Cabe considerar amigos también a aquéllos que introducen la Q en la bolsa acabando la partida, a aquéllos que sonríen cuando te colocan un scrabble de 150 puntos mientras dicen: “qué suerte he tenido”, a aquéllos que te impugnan ZULO, a quienes te ponen un nónuple... Los que comen chicle y José Montes, aunque no me deje hablar, tambien son válidos.
Por cortesía de SANTI ROSALES
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