(Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia...)
Tal vez no mucha gente lo recuerde ya, pero en la pasada edición del torneo de El Prat (2004), se sucedieron unos hechos que aún hoy continúan constituyendo un verdadero enigma.
Durante la comida de grupo, que disfrutábamos después de dos rondas de juego, un camarero trajo un paquete sin más marcas externas que una etiqueta en la que aparecía el nombre de la AJS (la Asociación de Jugadores de Scrabble).
Enric, como presidente, se acercó a ella y comenzó a buscar otros signos de identificación. Cristian, haciendo gala de una gran rapidez de pensamiento y de su habitual gusto por las historias de intriga, dijo: “cuidado, podría ser un paquete bomba enviado por alguna otra asociación de jugadores que quiera ocupar el lugar de primacía de la AJS”.
Lógicamente, esta afirmación, aunque aventurada, alarmó a todo el mundo. Entonces, Enric determinó: “está bien… como presidente, creo que me corresponde a mí asumir el riesgo de saber qué contiene”. Se acercó a la caja y, escrutando con tiento su interior a través de una pequeña rendija, exclamó: “en fin, creo que tengo una idea de qué puede contener, aunque me gustaría conocer vuestra opinión… al fin y al cabo, si por el interés común yo doy diez pasos, espero que los demás den al menos uno, así que espero la colaboración de todos”.
Efectivamente, en el intento de descubrimiento de este enigma, se dieron los siguientes once pasos:
- Cristian fue el siguiente en aproximarse a la caja y, después de observar un buen rato, concluyó: “tengo algunas ideas, aunque creo que mejor elaboraré una buena lista con todo aquello que creo que puede ser, para así extraer conclusiones”.
- Alguien dijo entonces: “bueno, ¿y por qué no le ayuda Montse Hergueta, que parece también bastante lista?”. Y alguien más añadió: “sí, junto a Cristian, podríamos nombrarla encargada de la lista”.
- Entretanto, Joan Lázaro, que ya había echado también un vistazo y que durante los torneos echa bastante de menos una cama donde poder echar una de sus queridas siestas, afirmó: “bien, yo me arriesgaré… creo que, sin duda, lo que hay aquí son un par de camas”.
- Todos quedaron asombrados. Entonces Enric propuso pedir una opinión juiciosa, cuál mejor entonces que la de Manuel Granados, que ejercía de juez. Su opinión fue: “hombre, yo camas lo que se dice camas, no veo; si acaso las sábanas… sí, claramente veo ahí unas telas a rayas”.
- Entonces se acercó Alejandro, a quien, a pesar de su habitual parsimonia, la comida lo había puesto como una moto (algo de esto se demostró después, cuando recogió el trofeo y salió corriendo con él como alma que lleva el diablo), que dijo: “¡órale!, pues yo no sé bien qué es lo que se ve, pero se siente nomás como rugir de ciclomotores”.
- Marina, que también estaba intrigada con el enigma, se asomó a la caja y, sin saber muy bien lo que veía, dijo: “sea lo que sea, a mí me parece muy bonito… seguro que esta temporada se va a poner de moda”.
- Acto seguido, Yoly, buscadora incesante de la belleza en la literatura y en la vida en general, se acercó a echar una ojeada y, sin dudarlo, aseguró: “no, no… yo claramente veo una planta azul con espinas… no hay duda”.
- Fue Adolfo el que, tras acercarse a mirar también, extrajo la siguiente conclusión, mucho más científica y terrenal, como corresponde a un hombre dedicado a la ciencia: “lo que yo veo ahí adentro es algo blanquecino… a mí me huele a nitrato potásico”.
- En éstas, las hermanas Hernández, Isa, Marga y Cristina, las cuales, aunque les guste pasar desapercibidas, siempre se fijan en todo, dijeron, casi al unísono: “no queremos acercarnos a ver qué contiene la caja, pero, sea lo que sea, te estremeciste al olerlo, así que muy bueno no puede ser”.
- Adán, que desde un principio había estado analizando mentalmente la situación, también sin acercarse a la caja, exclamó, abandonando por fin su pensamiento: “Enric, creo que tú, como presidente, deberías hacer un sacrificio en nombre del grupo y abrir la caja aun a expensas de correr un riesgo”. La primera reacción de Enric fue negarse a ello, pero alguien replicó: “bueno, si no lo haces por el grupo, al menos lo hicieres por la Diosa Q, vengadora y terrible”.
- Enric no pudo replicar a esto, pues la sola mención de la omnisciente Q ya casi lo obligaba a hacer el sacrificio, así que se acercó a la caja y, con un nudo en la garganta, la abrió, descubriendo su contenido. Después de tragar saliva, bien podría haber abierto la boca para decir: “efectivamente, yo sabía lo que había en la caja”. Sin embargo, siempre tan prudente y humilde, no lo hizo. Al acercarse todos a ver el contenido del paquete, hizo acto de presencia entre los reunidos una gran decepción vestida de silencio: adentro de la caja no había más que atriles.
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